Formación para las Hermanas promotoras de vocaciones

26 diciembre, 2017

Formación para las Hermanas promotoras de vocaciones

El día 26 de diciembre las hermanas que prestan su servicio a la congregación en pastoral vocacional, han tenido su encuentro de formación para seguir desempeñando con mayor eficacia y eficiencia la misión que se les ha confiado.Las ha acompañado es este proceso el R. P. Fray Fernando de la Cruz ofm; concluyeron la jornada con una convivencia y las palabras dirigidas por nuestra superiora general María Belén quien las anima a seguir con alegría esta bella labor y las invita a dar testimonio para que así surjan nuevas vocaciones, que viendo cómo viven otros quieran hacer lo mismo como sucedía en las primeras comunidades cristianas:

Que los que nos ven digan “Ved cómo se aman”.

Compartimos el tema de formación “Llamados por Dios a Ser Humanos” de la revista de la Conferencia del Episcopado Mexicano PROVOCACIONES noviembre de 2017.

 

“Sal de tu tierra”, “Concebirás y darás a luz”, “Vayan por todas las naciones”

son tan solo algunas frases que bien conocemos y hemos leído, cantado, meditado, orado y contemplado. ¿Qué implicaciones tiene cada una de ellas y las que son del mismo orden en la Sagrada Escritura? ¿A qué nos convoca hoy el Señor? ¿Cómo le hace?

Las siguientes páginas tienen por objetivo acercarnos  a la construcción de algunos conceptos básicos que sirvan para fundamentar nuestra praxis de pastoral vocacional. En primer lugar el lector encontrará una síntesis sobre conceptos de paradigma y modelo, y las razone por las que serán utilizados como sinónimos posteriormente. En segundo lugar abordaremos algunas definiciones de vocación tomadas de autores, si bien de origen cristiano pero desde una perspectiva secular, con la finalidad de poner en diálogo la cultura con la fe. Finalmente tomaremos el concepto de vocación propuesto por los Operarios Diocesanos para concluir con los aspectos de una cultura vocacional a la que nos invitan Juan Pablo II y su Santidad Francisco.

Paradigma

En reiteradas ocasiones se ha hablado sobre los cambios de paradigma o modelo en relación con el cambio de época social, visión de mundo, perspectiva de la acción de la Iglesia y de las maneras en que se cristaliza su praxis pastoral. En las siguientes líneas abordamos esos conceptos. Esto no agota la reflexión sobre  los mismos, propios de la metodología de la investigación.

Según la Real Academia de la Lengua Española (rae, 2017, en línea) un modelo es un arquetipo o punto de referencia. También dice que es un esquema teórico de un sistema de realidad que permite su comprensión y el estudio de su comportamiento.

Para Alsina (1996) es un concepto polisémico. Uno como representación de algo, otro como idealización, otro caso como ejemplo de actuación o muestra de algo y concluye que los modelos son constructos que para ser eficaces deben ser construidos para representar isomórficamente[1] ciertos factores abstractos de un conjunto de fenómenos empíricos[2] y deben corresponder a una teoría validada de este conjunto de fenómenos (Alsina, 1996:18)

[1] De la misma forma del modelo original

[2] Fenómenos de la realidad

Cada modelo precisa de tres funciones, tal como lo señala Deutsch (en Alsina 1996:23). La función organizadora ordena e interrelaciona los elementos de la realidad con la finalidad de comprender el fenómeno desde su complejidad. La función heurística permite determinar los elementos clave ya que además de describir, un modelo explica la realidad. Y finalmente, la función previsora posibilita el control de los sucesos mediante la predicción. Estas consideraciones entran en consonancia con lo expuesto por Hernández, R. (2008) cuando explica el sentido que le da a “paradigma”. Tomando las perspectivas que Kuhn tiene al respecto y explicitando que es un término polisémico, lo define como “una constelación de principios que unifican a un grupo de investigadores y divulgadores de una disciplina, quienes en cierto modo adquieren un compromiso con él” (Hernández, R. 2008:62-63), considerando tanto en sentido amplio o disciplinar o en sentido específico, es decir, como subconjunto al interior de determinada disciplina (Hernández, R. 2008:62).

De acuerdo con lo anterior es importante señalar que al referirnos a los diferentes modelos en el área vocacional de la pastoral, estamos hablando de profundizar en los aspectos propios del paradigma que estamos proponiendo actualmente: Cultura Vocacional. Al profundizar sus características podremos diferenciar bien esta perspectiva de las anteriores, lo que nos facilitará una animación vocacional más eficaz.

Vocación

“Cuando el misterio es demasiado impresionante, uno no se atreve a desobedecer” (De Saint-Exupéry, 1992:16), reflexiona el piloto tras la insistente petición del pequeño príncipe a dibujarle un cordero, quien en el encuentro con el zorro repite a fin de recordar que su secreto “consiste en que no se ve bien sino con el corazón, pues lo esencial es invisible a los ojos”. (Ibídem, p. 76).

El término vocación es acción y efecto del verbo vocare –llamar. Podemos entenderla como el llamado interno para ser en plenitud. El semiólogo mexicano Alfonso Ruiz Soto (2016) vincula este llamado con tres estilos de vida: soltería, pareja y familia. Para él, la vocación se descubre y asume en la medida en que la persona se conoce a sí misma y trasciende sus vivencias dolorosas, y se implementa, independientemente de cual fuere la opción, como una vocación universal de servicio.

Para Ruiz Soto, el modelo de una sociedad nueva, la persona debe estar al centro y la conciencia al centro de la persona. De esta forma un individuo consciente de sí mismo, de su realidad y de la elación entre sí mismo y la realidad, es persona, posibilitando su apertura al otro, ya que la realización deviene al servicio de los demás.

Por otro lado, el pensador francés Emmanuel Mounier (1976:59) afirma que

Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esta subsistencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión, unifica así toda su actividad en la libertad y desarrollo, por añadidura, a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación.

Mounier resalta la importancia de la libertad y defiende el valor absoluto de la persona humana, dotada de dignidad por Dios, y nos menciona que su vida “no es una separación, una evasión, una alienación, es presencia y compromiso.” (Íbidem: 63) y se unifica mediante un descubrimiento progresivo de un principio espiritual de vida que no reduce lo que integra, sino que lo salva, lo realiza al recrearlo desde el interior. Este principio creador es lo que nosotros llamamos en cada persona su vocación.” (Íbidem: 65).

En línea con lo anterior descubrimos que Xosé Manuel Domínguez (“007:6) que el “homo sapiens es, ante todo, homo vocatus, llamado, vocado, con-vocado”. Domínguez (Íbidem: 21) define vocación como “la forma en que se concreta para cada uno la llamada a ser plenamente persona.

Por eso, la vocación personal es fuente de sentido, orientadora de la biografía personal […y] se descubre llamada a actualizar y perfeccionar todo lo que es.” Esto implica que “si la persona es llamada, su vida es respuesta y la respuesta que da es testimonio de su llamada”. (Íbid: 23) Ante esto es importante resaltar que la llamada es personal. “Nadie, voluntaria y conscientemente, me puede revelar mi vocación. La puedo descubrir, eso sí, gracias a otros” como lo dirá el rabí Sussia citado por Martín Buber (en Domínguez 2007: 28) quien “poco antes de su muerte, dijo: En el mundo futuro no se me va a preguntar: ¿por qué no ha sido Moisés? Se me va a preguntar: Por qué no ha sido Sussia?”

En esta línea, “el fin del descubrimiento de la voca­ción no es anclar a la persona en sí, sino catapultarla al mundo”, por lo que la vocación es llamada, elección y envío. “Lo que me llama, me envía.” (íbidem: 29) “Nadie es capaz de realizar su vocación si sólo se cen­tra en sí mismo. La persona no es su propia meta. La meta es su actividad vocacional en el mundo.” (Buber en Domínguez, 2007:30)

Es preponderante resaltar que la vocación unifica la vida en tiempo y espacio. Integra el pasado, al darle sentido de preámbulo a cada momento. Integra el pre­sente al darle sentido a la existencia. Integra el futuro dotándolo de esperanza, dejándolo abierto a nuevas posibilidades, “como aventura, como adviento, como algo que ha de venir y que excede mis propias pre­visiones.” “Queda unificada la propia personalidad: pensamientos, sentimientos y voluntad” responden así a una misma orientación. (Domínguez, 2007: 36) Pero es de advertirse que lo contrario, la ausencia de vocación supondría intelectualismo (es decir, que se orienta la propia vida bá­sicamente desde las propias ideas y prejuicios, al margen de cualquier otra consideración), sentimentalismo (la orientación de la propia vida, fundamentalmente, desde la intensidad de los sentimientos y afectos), voluntarismo (lo mis­mo, desde las opciones hechas sin más criterio que el mero ejercicio de la propia capacidad de decidir), el hedonismo (orientar la propia vida desde las apetencias y deseos de placer) o alie­nación (con el acomodo de la propia vida desde lo que otros quieren). Frente a todas estas for­mas fragmentadas y atomizadas de vivir, quien descubre su vocación actúa aunando intelecto, afecto, voluntad, corporeidad y dimensión rela­cionad lo que. Por otro lado, responde a lo que la persona es. (íbidem)

Para nosotros cristianos, esta llamada unificadora de la vida viene de lo más profundo de nuestros cora­zones, tiene una voz amorosa que desde la eternidad nos convoca a ser a su imagen y semejanza, nos llama al amor.

Vocación Cristiana y Cultura Vocacional

Si bien el Concilio Vaticano II es un tesoro para la vida de la Iglesia, en Gaudium et Spes, los padres conciliares nos han dejado un cúmulo de perlas de gran valor como el decirnos que la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. (GS19)

Esta comunión no se da en solitario porque el hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relaciones con los demás.» (GS 12)

Los participantes al Curso Básico de Pastoral Vocacional abordan en el apartado de Teología de la Vocación, aspectos de gran profundidad en relación con el lema principal que nos ocupa con la siguiente definición:

La vocación es un acontecimiento misterioso en el cual la persona, dialogando con Dios, adquiere consciencia de una misión situada históricamente y se compromete en una respuesta concreta. Esta definición, que ha sido compartida a miles de promotores y promotoras vocacionales formados por los Operarios Diocesanos y muchos otros animadores, precisa de un desglose que nos ayude a interiorizarla.

La vocación es un acontecimiento. Ocurre en la vida de la persona, rodeado de circunstancias históri­cas. No es una marca a histórica que las personas tra­jeran desde su nacimiento y hubiese que buscar sólo en su interior ya que es una realidad profundamente relacionada con el exterior, con todo lo que sucede en el tiempo. Como consecuencia de esto es preciso descubrirla, determinarla y disponerse para entrar en diálogo.

 

misterioso. Que se comprende y vive sólo desde la consciencia de b presencia de Dios. Es un misterio porque integra la totalidad del ser humano en una relación personal con el Creador, es decir, se da una relación personalizadora, de un yo con un tú.

… en el cual la persona. Porque si bien es Dios quien llama, el ser humano tiene en esta relación la calidad de actuante, responsable. Cada uno se constituye en colaborador de Dios en el misterio de su pro­pia vocación. Desde su consciencia realiza el proyec­to vocacional secundando el sueño de Dios.

… dialogando con Dios. Él es quien llama. Esta relación dialogante es una de las características que constituyen a la persona: su capacidad de relación consigo mismo, con los demás y con Dios.

… adquiere consciencia. Lo impórtame en toda vocación cristiana es la consciencia que la persona tenga de la misma y cómo se implica intencionalmen­te en el cuidado de su vocación.

… de una misión. El envío tiene siempre un des­tinatario preciso. Vivir una vocación exige asumir una misión en medio del mundo y dialogar constan­temente, tanto con el mundo, como con Dios y con la comunidad, para comprender el sentido de esta misión

… situada históricamente. La consciencia del lla­mado de Dios hace que la persona se comprenda a sí misma como ser-para-la-historia, destinada a colabo­rar en el desarrollo y el progreso de los pueblos. Vivir una vocación es asumir un papel histórico compren­dido desde la Iglesia, levadura en medio del mundo. 

… se compromete en una respuesta concreta. La respuesta humana es un componente esencial de la vocación. La razón es elemental: la definimos como un acontecimiento misterioso entre Dios y la persona. Así la vocación es una acción teándrica, es decir, es a la vez de Dios y de la creatura. Por tanto, no habría vocación si no hay llamado de Dios,  pero tampo­co si falta la respuesta de él o ella. La vocación surge en la conjunción de estos dos elementos: el humano y el divino.

En relación con el oyente del mensaje, la persona convocada, en la Sagrada Escritura encontramos una serie de rasgos típicos de su experiencia vocacional. Cualquier personaje de la Biblia que haya recibido un llamado y envió por parte de Dios, ya sea directamen­te o a través de su Ángel, tiene estos 7 aspectos:

  1. La vocación está relacionada con el proyecto de un pueblo.
  2. El encuentro con Dios precede al llamado.
  3. Dios nos llama por nuestro nombre.
  4. La vocación toca lo más profundo y cambia tus planes.
  5. La vocación es para la misión.
  6. La llamada provoca resistencia.
  7. Dios permanece con aquél que ha enviado.

Por otro lado, en cuanto al emisor del mensaje, Dios mismo, contemplamos la acción trinitaria sobre la creatura llamada. Con san Pablo decimos que «hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Se­ñor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos» (1 Cor 12,4-6):

  • A la luz del Espíritu, los dones son manifestación de su infinita gratuidad. Él mismo es carisma (Hecho 2,38), fuente de todo don y expresión de la inconte­nible creatividad divina.
  • A la luz de Jesucristo, los carismas vocacionales son ministerios, y manifiestan las más variadas formas de servicio que el Hijo vivió hasta dar la vida. El, en efecto, «no ha venido para ser servido, sino a servir (Mi 20,28). Jesús, por tanto, es el modelo de todo ministerio.
  • A la luz del Padre, los carismas son «operaciones», porque por El, origen de la vida, todo ser libera el propio dinamismo creador.

La Iglesia refleja el misterio de la Trinidad; y cada vocación lleva en si los rasgos característicos de las tres Personas Divinas.

Si bien la vocación es un don ofrecido, también es cierto que precisa de la respuesta de cada uno. Para que ésta sea animada y acompañada de manera inte­gral, el paradigma de Cultura Vocacional nos propor­ciona una serie de principios que confluyen en lo que san Juan Pablo II denominó “salto de calidad”. Él mis­mo, en 1993, en la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones dijo:

Deseo, ante todo, llamar la atención hacia la urgencia de promover las que podemos llamar “actitudes vocacionales de fondo”, que originan una auténtica “cultura vocacional”. Esas acti­tudes son: la formación de las conciencias, la sensibilidad ante los valores espirituales y mo­rales, la promoción y defensa de los ideales de la fraternidad humana,

del carácter sagrado de la vida humana, de la solidaridad social y del or­den civil. Se trata de lograr una cultura que per­mita al hombre moderno volverse a encontrar a sí mismo, recuperando los valores superiores de amor, amistad, oración y contemplación.

Este mundo, atormentado por transformaciones a menudo lacerantes, necesita más que nunca el testimonio de hombres y mujeres de buena vo­luntad y especialmente, de vidas consagradas a los más altos y sagrados valores espirituales, a fin de que a nuestro tiempo no le falte la luz de las más elevadas conquistas del espíritu. (Juan Pablo II, 1993).

Para san Juan Pablo II esta cultura precisa “reco­nocer y acoger aquella aspiración profunda del hom­bre, que lo lleva a descubrir que solo Cristo puede decirle toda la verdad sobre su vida » (Ibidem) Lo an­terior es posible al promover “un salto de calidad [que exige] que la pastoral de las vocaciones sea con­siderada uno de los objetivos primarios de toda la co­munidad cristiana. (Juan Pablo II, 1997). Años más tarde, en 2016, S. S. Francisco decía a los participantes al Congreso Internacional de Pastoral Vocacional que «primero que nada, sal. El ministerio vocacional ne­cesita una Iglesia en movimiento, capaz de ampliar sus horizontes, midiéndolos no en la estrecha base de los cálculos humanos o en el temor de ser engañados, sino en la amplia medida del corazón misericordioso de Dios.» (Francisco, 2016)

El tema del XV sínodo de los obispos a celebrarse en 2018 relaciona vocación y juventud. En su tercer gran apartado presenta elementos vinculantes entre la pastoral juvenil y la vocacional:

  1. Caminar con los jóvenes. Ir a donde ellos es­tán. Acompañarlos como nos lo enseña el pro­pio Jesús.
  2. Reconocer que los jóvenes son sujetos, no obje­tos, y que la comunidad cristiana debe sentirse responsable en su acompañamiento, testimonio y animación.
  3. Los lugares donde maduran las vocaciones es­tán relacionados con la vida cotidiana y el com­promiso social. Esto implica una maduración en las diferentes dimensiones de la vida humana.
  4. Los instrumentos principales para llevar a cabo esta animación pastoral son: un lenguaje cerca­no a la realidad juvenil, los itinerarios de evangelización y la oración.
  5. María de Nazaret. La Santísima Virgen recorrió este camino, acogió la Palabra de Dios en su existencia y la dio al mundo.

A manera de Conclusión

Hablar de cambio de paradigma, es decir, de un modelo de pensamiento, tiene implicaciones necesa­rias para lograr realmente la generación de una Cul­tura Vocacional. Conlleva cambio en el lenguaje, es­trategias pastorales, material de difusión, eventos y, especialmente, una articulación de todo ello en pro­cesos coherentes.

El tema no queda agotado en estas líneas, que tuvieron como objetivo meramente recordamos al­gunos conceptos que, aunque probablemente los utilicemos con frecuencia, precisamos reconocer la importancia de la formación de los animadores vocacionales y su vinculación con las demás áreas de la pastoral de la Iglesia con la finalidad de que nuestra praxis sea más eficaz.

Finalmente les invitamos a participar de los dife­rentes espacios de formación en línea de animación vocacional y discernimiento, así como conocer todo aquello que nos dé luces sobre los procesos identitarios entre los jóvenes. Esto nos dotará de herramien­tas suficientes para fomentar una Cultura Vocacional.

 

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