En marco de la XXIII Capítulo General ordinario de elección que se celebrará en nuestra Congregación, compartimos una reflexión del Cardenal Eduardo Francisco Pironio, prefecto de la Sagrada Congregación de Vida Consagrada en la Santa Sede, en el año 1983.

“… Pido al Señor las bendiga e ilumine para que las elecciones se lleven a cabo en un ambiente de fraterna comunión, de oración y de pobreza y libertad evangélicas.
Las bendigo con afecto en Cristo y María Santísima…”

Asimismo, te invitamos a que te unas en ferviente oración por el éxito de nuestro XXIII Capítulo General, para que Dios, en su infinita misericordia, nos conceda ser dóciles a su Espíritu y todas las decisiones que se tomen sean en bien de la Iglesia y de nuestra Congregación, y podamos dar un mejor servicio y testimonio ante el pueblo de Dios.

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REFLEXIÓN

“Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de la vida; en el partir del pan y en las oraciones”.

(Hech. 2, 42)

Me he puesto a reflexionar ante el Señor qué significa hoy en la Iglesia la celebración de un Capítulo. Y lo primero que se me ocurrió fue que un capítulo interesa, ante todo, a la Iglesia y al mundo, es decir, que no se trata simplemente de un acto rutinario, más o menos importante según los casos, pero siempre de la vida privada de una Congregación o de un instituto.

La celebración de un Capítulo interesa ante todo a la Iglesia entera, es un acontecimiento eclesial, aunque la Congregación sea pequeña y no esté extendida por todo el mundo.

Por consiguiente, interesa a todos los hombres, es un acontecimiento salvífico, aunque la mayor parte de la gente no sepa en realidad qué es un Capítulo.

Por eso me he decidido a escribir este artículo. Porque me duele pensar que un Capítulo preocupe solo a las capitulares, o a lo más, a los miembros del Instituto. Y me duele comprobar que la mayor parte de los Capítulos se celebren sin que nadie en la Iglesia y en el mundo llegue siquiera a enterarse. Cuando cada Capítulo debiera ser una nueva y más honda manifestación de Dios a los hombres en su Iglesia. Es decir, un verdadero acontecimiento, una página de esperanza.

No pretendo una Teología del Capítulo, mucho menos dar normas u orientaciones prácticas, solo quiero ofrecer estas simples reflexiones pastorales nacidas de un gran amor a la Iglesia, que intentan subrayar algunos aspectos, no más, de los que me parecen más esenciales.

Un Capítulo es siempre una celebración Pascual, por eso debe ser encuadrado en un contexto esencial de Pascua; con todo lo que la Pascua tiene de Cruz y Esperanza, de muerte y resurrección. Un Capítulo no es una simple reunión de estudio, un encuentro superficial o una transitoria revisión de vida. Un Capítulo es esencialmente una celebración pascual, por lo mismo, ante todo una celebración penitencial, que tiende a vivir fuertemente dos cosas; una sincera actitud de conversión y una búsqueda honda y dolorosa de los caminos del Señor, hay que irlos descubriendo todos los días en el dolor y la esperanza. Porque es una celebración penitencial, un Capítulo es siempre hecho en la alegría y la sinceridad de la caridad fraterna. ¡Qué importante es subrayar el aspecto penitencial de un Capítulo! Por lo que significa de sereno y hondo examen de conciencia, con el consecuente cambio de mentalidad y de vida, y por lo que significa de penosa búsqueda de la voluntad de Dios en las exigencias actuales de la vida consagrada.

¡Cómo hacer más profunda nuestra inserción en el Cristo de la Pascua mediante la confirmación bautismal de la vida consagrada y resulte hoy verdaderamente un signo de la santidad de Dios y la presencia de su Reino!

Pero auténtica celebración pascual, no es solo el aspecto penitencial lo que nos interesa en un Capítulo. Es toda una su dimensión de novedad pascual, de creación nueva en el espíritu, y de esperanza firme y comprometida. Todo Capítulo tiene que dejar una sensación de frescura en la Iglesia, una buena dosis de optimismo pascual. Si el Capítulo se ha celebrado bien, en actitud de pobreza, de oración, de caridad fraterna, es siempre una recreación del instituto que hace desbordar su riqueza espiritual sobre la Iglesia y el mundo, por eso todo Capítulo es un acontecimiento salvífico, un acontecimiento eclesial, un acontecimiento familiar.


ACONTECIMIENTO SALVÍFICO

 

Dios habla ininterrumpidamente en la historia. Desde que Cristo vino al mundo, en la plenitud de los tiempos, no deja de reconciliar a los hombres y a las cosas con el Padre. Cristo, exaltado a la derecha del Padre y constituido Señor del Universo, envía cordialmente su Espíritu sobre el universo entero y los hace habitar en el interior de cada hombre llamado a participar en el misterio pascual de Jesús. (GS 22).

Pero hay momentos claves en la historia de la salvación; la vocación de Abraham, la liberación del pueblo de Israel y su peregrinación en el desierto, la entrada en la tierra de la promesa, la vuelta del desierto de Babilonia, la encarnación redentora de Jesús con su pascua consumada en Pentecostés. Cuando, con la efusión del Espíritu Santo, comienza la etapa de la madurez de la esperanza, se van señalando acontecimientos clave para la fecundidad de los frutos de la salvación. Así por ejemplo, la celebración de un Concilio, la elección de un Papa o una persecución religiosa, en este sentido para los tiempos neutros el Concilio Vaticano II fue un acontecimiento salvífico. Lamentablemente, como pasa siempre, no lo hemos aprovechado todavía lo suficiente, aunque naturalmente con muchísima distancia y en un clima de extraordinaria modestia y sencillez, donde yo coloco un Capítulo. Constituye un momento de particular presencia del Señor y efusión de su Espíritu. No solo sobre la Congregación, sino sobre la Iglesia entera. Y como la Iglesia es esencialmente Sacramento Universal de Salvación, todo mundo es el que se siente beneficiado en un Capítulo.

Con la renovación interior de un Instituto hecha en la profundidad, equilibrio y audacia del Espíritu, se enriquece espiritualmente la Iglesia. Por eso experimenta el mundo sus frutos.

La celebración de un Capítulo es un momento fuerte en la historia de la salvación que debe escribir un instituto, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra sino en las tablas de carne, en el corazón. Pero para que sea verdaderamente acontecimiento salvífico, hace falta que entren en un Capítulo tres elementos: la Palabra, el Espíritu Santo y la Conversión.

 

A) LA CONVERSIÓN

Por aquí empieza la salvación. La Buena Nueva anunciada a los pobres, es para la salvación de todo el que cree. Por eso exige conversión y fe. Un Capítulo es siempre desde la fuerza del Evangelio, un llamado a la conversión. Los primeros que reciben en representación de todos sus hermanos, la responsabilidad de la conversión son las mismas capitulares. Por eso la primera condición para elegir una buena capitular, no es su inteligencia, sino su elemental capacidad de conversión.

Un Capítulo se mide, no por la profundidad y belleza de sus documentos, sino por su capacidad de transformar la inteligencia y el corazón de todas. ¿Esto es difícil? Humanamente sí, por eso hace falta dos elementos más: Palabra y Espíritu.

 

B) LA PALABRA

Un Capítulo es, ante todo, un modo de escuchar la Palabra de Dios y realizarla. Pero escucharla juntas, para poder después realizarla comunitariamente. Quien debe presidir siempre un Capítulo es la Palabra de Dios, es decir, Cristo. Entonces el Capítulo resulta irresistible. Durante el Concilio se entronizaba todos los días, antes de comenzar las sesiones, el Libro de los Evangelios, era un rito Solemnísimo. ¿No convendría hacer lo mismo en los Capítulos? Porque es Dios quien tiene que hablar en un Capítulo. Lo hace ante todo a través de la Escritura Santa, del Magisterio Eclesiástico, del espíritu y carisma de los fundadores. Lo hace también a través de las exigencias de los tiempos nuevos en la Iglesia, de los acontecimientos de la historia y del dialogo sincero con las hermanas. Esto supone que todos, privadamente o en conjunto, se ponen a mediar con docilidad a la Palabra de Dios.

Los momentos centrales de un Capítulo son, por eso, los momentos fuertes de oración, de los contrario, se multiplicarían innecesariamente las palabras humanas y crecerán las tensiones. Saldrán quizá decretos y orientaciones magníficas, pero la mente y el corazón seguirán iguales.

 

C) EL ESPÍRITU SANTO

El gran acontecimiento salvífico, el misterio de la Encarnación redentora culminado en Pentecostés, se operó gracias a la acción fecunda del Espíritu Santo. Así también ahora, la novedad pascual de un Capítulo se da la potencia recreadora del Espíritu. Hay que dejarse conducir por Él. Es Él quien nos descubre el paso del Señor en la historia, que descifra adentro los signos de los tiempos, quien nos llama a la autenticidad del cambio, de la conversión. Un Capítulo es siempre una obra profunda del Espíritu Santo. No es tarea de genios, sino de hombres sencillos con capacidad de ser animados por el Espíritu. El Espíritu de la Verdad y el testimonio de la fortaleza y el martirio de la interioridad contemplativa y la profecía.

Un Capítulo no es historia privada de una congregación o instituto. Es esencialmente un acto eclesial. En doble sentido, toda la comunidad eclesial tiene algo qué decir en Capítulo, participa activamente, aunque no inmediatamente en él, y los frutos de un Capítulo benefician a toda la comunidad eclesial. Por eso es absurdo celebrar un Capítulo sin tener en cuenta la realidad concreta de la Iglesia, la primera pregunta siempre en un Capítulo debe ser esta: ¿Qué quiere Dios de nosotras en este momento de la Iglesia?, que es lo mismo que preguntar ¿Qué esperan hoy los hombres de nosotras? Todos los institutos nacieron de una exigencia concreta de la Iglesia en un determinado momento de la historia. Hubo un periodo después del Concilio, en que todas las Congregaciones realizan Capítulos especiales, buscando interpretar la Iglesia y se esforzaron por ponerse al día. Lo consiguieron en parte, pero en parte no. O porque avanzaron con demasiado miedo o porque se quedaron solo en la parte externa, o porque tocaron peligrosamente el Carisma fundacional y lo cambiaron. Cuando decimos que un Capítulo es un acontecimiento eclesial, queremos significar tres cosas, que un Capítulo debe mirar a Cristo, que debe tener presente al mundo, que debe integrarse en la comunidad cristiana local.

 

a) MIRAR A CRISTO

La Iglesia es ante todo, el Sacramento de Cristo Pascual, es decir, signo e instrumento de la presencia salvadora de Jesús. Por eso un Capítulo busca renovar el Instituto mediante una progresiva configuración con Cristo. Es el fondo una respuesta a lo siguiente: ¿En qué medida nuestra comunidad o nuestras personas e instituciones manifiestan y comunican al Señor? Por eso un Capítulo pone siempre a los institutos ante la expectativa de los hombres, “queremos ver a Jesús”. El primer cuestionario lo hace Cristo que ha sido enviado por el Padre “para salvar al mundo y no para condenarlo”. Su pregunta fundamental es esta, y para vosotros, ¿Quién soy yo?

 

b) EL MUNDO

Todo se inserta en un momento dado de la historia, busca interpretarlo y responder evangélicamente a los hombres que esperan la salvación. La Iglesia se les ofrece a ellos como signo de la salvación integral que nos trajo cristo el Señor. Por eso un Capítulo que busca siempre al Señor en el desierto mediante la acción transformadora del Espíritu se pone al mismo tiempo de cara al mundo. Se esfuerza por descubrir en él los signos de los tiempos, la creciente expectativa de los pueblos, la angustia y la esperanza de los hombres. Porque es un acontecimiento eclesial. El Capítulo no puede limitarse a revisar hacia dentro los problemas específicos de una congregación. Tiene que ser esencialmente una reflexión evangélica sobre las necesidades y aspiraciones de la hora actual en la Iglesia. Tiene que preguntarse por ejemplo, ¿Qué significa evangelizar hoy en la Iglesia?, ¿Quiénes son los pobres? ¿Qué sentido tiene la educación, la asistencia social, la promoción humana o la liberación plena?

 

c) LA COMUNIDAD CRISTIANA LOCAL

Toda vida religiosa está inserta en una comunidad cristiana concreta. Se alimenta de ella, crece en su interior y la anima; por eso la Iglesia particular o local tiene mucho que ver en un Capítulo. De algún modo sus aspiraciones y riquezas tienen que llegar al capítulo, mientras dura este toda la Iglesia particular se interesa y pone en oración. Es un tiempo privilegiado para la vida de esa Iglesia, hay también sobre ella una particular efusión del Espíritu y un fuerte llamado a la conversión. La vida de un instituto no crece al lado de la comunidad local, sino adentro, se alimenta de la misma Palabra y Eucaristía, se congrega por el Espíritu Santo en el mismo centro de unidad, que es el Obispo, a quien asisten los presbíteros. Por eso un obispo con su clero y su laicado no es un extraño o un invitado al capítulo. Está allí porque algo verdaderamente grande está sucediendo en la Iglesia. Por eso también el encuentro personal con el Papa, cuando ello es posible, no es un simple acto devocional, sino la manifestación de que un capítulo es ante todo, una manifestación de la comunión eclesial.

 


ACONTECIMIENTO FAMILIAR

 

Todo capítulo es un encuentro de familia. Su centro es Jesús. “Los discípulos se volvieron a reunir con Jesús”. Por eso nuevamente, en el centro de este encuentro familiar está la Palabra de Dios y la acción del Espíritu Santo. Se reúnen los miembros de un instituto para orar, para recibir comunitariamente la Palabra de Dios, para discernir la actividad y exigencias del Espíritu, para renovar el gozo de la fidelidad en la vida consagrada y descubrir el propio carisma, para escuchar juntos un nuevo llamado a la conversión, para comprometerse más fuertemente a la evangelización de mundo contemporáneo, es decir, para pensar más hondamente el misterio de la Iglesia y en ella, las exigencias específicas de la consagración religiosa y el sentido siempre nuevo del carisma fundacional.

Este encuentro familiar exige ser hecho en un clima de extraordinaria pobreza, de continua oración, y de gran caridad fraterna. Así que evitarán las tensiones innecesarias, las confusiones y ambigüedades, las improvisaciones superficiales. El clima de un capítulo se manifiesta en seguida en “La alegría y sencillez de corazón”.

La seriedad, equilibrio y eficacia de un capítulo dependen de la profundidad de la oración, es decir, si un capítulo es verdaderamente una celebración pascual. Pero esto exige un espíritu de verdadera pobreza evangélica. La primera condición de una capitular es que sea realmente pobre. Así será OYENTE DE DIOS Y MUJER DE DIÁLOGO. Quien entra en un capítulo con la seguridad de que lo sabe todo y que lo suyo es precisamente la verdad completa, nunca podrá abrirse a la acción fecunda del Espíritu de la Verdad, que nos prometió Jesús. Nunca podrá abrirse con sencillez a los demás y los demás nunca podrán abrirse a él con libertad. La pobreza nos abre a Dios en la oración. Porque siente la responsabilidad de su misión que no es suya, porque se la han encomendado en el instituto y en el fondo, en la Iglesia, por eso siente la necesidad de orar.

Un capítulo supone siempre un gran clima de LIBERTAD EVANGÉLICA, que cada una pueda por fidelidad al Espíritu que habla, en él manifestar con sencillez su opinión y recibir con alegría la opinión de las otras. Que el capítulo sea en realidad un fecundo diálogo en el espíritu; que en el fondo nace de una misma experiencia de pobreza, de la conciencia clara de una misma responsabilidad y de una misma actitud fundamental de estar a la escucha de la Palabra de Dios. Nadie tiene en la Iglesia la verdad completa. Por eso los pobres, que desnudos de sí mismos se abren exclusivamente al Espíritu Santo tienen tanto qué decir y aportar en un capítulo.

Otro elemento esencial, en este acontecimiento familiar, es la ORACIÓN. Lo hemos señalado ya; el capítulo tiene que ser un encuentro con el Señor, verdadera celebración pascual. La vida de un instituto tiene que ser revisada fundamentalmente a la luz de la Palabra de Dios. Es ella la que nos hará ver con claridad las cosas; es ella, sobre todo, la que nos llama a la conversión.

Finalmente el encuentro familiar de un capitulo exige un clima de alegría y sencillez en la caridad fraterna, lo cual facilita la libertad del diálogo, la convivencia en el testimonio para los restantes miembros del instituto. No que no exista diversidad de opiniones, es riqueza imprescindible, de una auténtica comunión, fruto de la pluriforme acción del Espíritu Santo, pero que todo se desenvuelva en un gran respeto mutuo, en la sencillez de dar y en la alegría inmensa de recibir. Hay que hablar con claridad en un capítulo, pero siempre en la línea de trasmitir algo de la Palabra de Dios, y de la exigencia del Espíritu. Por consiguiente, no con la agresividad o euforia de quien se siente dueño absoluto de la verdad, sino con la humildad de quien tiene mucho que recibir y se siente instrumento del Espíritu Santo.

Esta dimensión de caridad fraterna no queda encerrada en el ámbito inmediato de un capítulo, se extiende a todos los miembros del instituto a quienes las capitulares tienen que interpretar, hacer presente y servir. Por eso, otra vez, para un capítulo no hacen falta genios; hacen falta mujeres pobres, capaces de que el Espíritu las asuma, con gran docilidad a Él y con un gran sentido de comprensión y de servicio. Es decir, mujeres que vivan según el Espíritu, y dispuestas a morir a sí mismas o a renunciar a sus ideas con tal que Cristo se forme en el mundo y el Padre quede glorificado. Hacen falta mujeres sinceras, que amen a Dios y escuche a sus hermanas. Hay algo más todavía. Esta línea de caridad fraterna nos lleva a pensar en la situación concreta de una iglesia particular o de la Iglesia universal, y en la expectativa general del mundo. Porque un Capítulo es siempre un modo de entrar en comunión salvadora con todo el pueblo de Dios y en la universalidad de los pueblos que peregrinan hacia el Padre.

Volvemos a la idea fundamental del principio, un capítulo no es obra privada de las capitulares o de los miembros de un instituto; es ante todo, obra de la Iglesia que interesa a todos los hombres y pueblos. Por eso un capitulo no puede ser improvisado ni hecho a escondidas. Tiene que ser conocido por todos, acompañado por todos con la oración y la cruz, celebrado por todos en la responsabilidad de la conversión, acogido por todos en la esperanza.

Un capítulo es siempre una obra del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Por eso es una página nueva y magnífica de la historia de la salvación. Lo celebramos todos con gratitud y disponibilidad. Como María, la humilde servidora del Señor, en quien Dios hizo maravillas y por quien brilló para todo el mundo, la luz que nace de lo alto.

 

Cardenal Eduardo Francisco Pironio
Prefecto de la Sagrada Congregación de Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica

 

 

Preces para el XXIII Capítulo General Ordinario de Elección
Oración al Espíritu Santo

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